sábado, 13 de octubre de 2012

La Teología de la Liberación, una experiencia

Romero - Cerezo Barredo
“¿Tu eres de la teología de la liberación?”
Es una pregunta que me hicieron más de una vez últimamente. Quien me pregunta son padres, seminaristas y laicos. Me acuerdo cuando en Italia un amigo del movimiento de Comunión y Liberación me preguntó porque hacía homilías de izquierda. En ese tiempo mi respuesta fue: “hablando de pobres, de paz o de migrantes pensaba de hablar del evangelio y no de la izquierda italiana”.
La pregunta que me hicieron sobre mi adhesión a la Teología de la Liberación siento que tiene el mismo sabor. Ahora, también si no cambiaría la respuesta, siento la necesidad de añadir algunas aclaraciones. Quiero precisar algunos puntos por coherencia y sinceridad.

¿Yo soy de la teología de la liberación?
La pregunta, como en el pasado, me causó una sonrisa y el deseo de empezar a aclarar.
Tengo la sensación que utilizar la palabra “liberación” parece casi un tabú. En cambio hay que recordar que el lenguaje de la liberación antes de ser teológico o pastoral es bíblico.
El lenguaje de la liberación está presente muchas veces como el deseo de Dios a favor del hombre y como la actitud concreta suya dentro de la historia humana.
Claramente no podemos no pensar en la liberación del pueblo de Israel de las manos de los egipcios pero hay que recordar que ya con las palabras de José, hijo de Jacob, se esperaba este acontecimiento como una gran liberación.

Dios, pues, me ha enviado por delante de ustedes, para que nuestra raza sobreviva en este país: ustedes vivirán aquí hasta que suceda una gran liberación.” (Gen 45,7)

Los mismos profetas retoman en más de una oportunidad este lenguaje de la liberación, citamos una como ejemplo.

“Préstame atención, pueblo mío, mi nación, escúchame; que una instrucción saldrá de mí, y juicio mío para luz de las naciones. Inminente, cercana está mi justicia, saldrá mi liberación, y mis brazos juzgarán a los pueblos.” (Is 51, 4-5)

Los salmos también no están  exentos de este lenguaje, más bien de frecuente celebran la actitud libertadora de Dios

“diciendo a Yahveh :  "  ¡Mi refugio y fortaleza, mi Dios, en quien confío! Que él te libra de la red del cazador, de la peste funesta”  (Sl 91, 2-3)

El mismo Jesús confirma este lenguaje tanto en la oración (el Padre Nuestro) cuanto con la actitud (todas las sanaciones).
Este lenguaje hace parte también de nuestra actualidad y cotidianidad visto que como cristianos celebramos la eucaristía que tiene su fundamento en la pascua hebraica que es memoria de liberación.

Para una persona que se reconoce de la Teología de la Liberación ¿en qué sentido vive esta pertenencia? De seguro no es como ser hincha de un equipo o pertenecer a un grupo que tratará de defenderse. La pertenencia en cambio revela una manera de pensar, de ser y de creer. Las razones tienen que ser muy profundas, y son inspiraciones que exigen explicaciones y aclaraciones que no te permiten contestar sí o no, sino que te invitan a compartir pensamientos, sentimientos y convencimientos que hablan de la vida de cada uno, de sus opciones, de su camino de vida y de su fe.

Personalmente conocí más de cerca esta teología en el momento en que me mudé acá en el Perú. Carlo María Martini decía que la Teología de la Liberación se podía entender solo desde el lugar de su nacimiento. Considero esta afirmación extremamente verdadera sobre todo para una teología que nace desde abajo, desde la situación de una tierra que tiene la opresión inscrita en su historia, una opresión reconocida que en conjunto con la fe en el Dios de la vida han hecho nacer una teología que es práctica para lograr una vida digna para todos. Esta es la promesa antigua de Dios con los hombres ya desde Abraham en el momento que se le promete tierra y descendencia. Es la memoria antigua del Dios que libra el hombre de toda forma de esclavitud (la liberación integral).

Yo vengo de una cultura, la europea, que ve a la Teología de la Liberación con sospecha y temor. La considera una reflexión condenada, equivocada, hasta marxista. No escondo que este prejuicio me condicionó por un tiempo. Un condicionamiento que no me prohibió de tener curiosidad, de preguntar y tratar de conocer más. Ha sido suficiente poco tiempo para cambiar de idea. Ha sido el tiempo necesario para perderme en esta tierra, en su historia, en su cultura, en su fe y costumbre, en las problemáticas de su sociedad. Ha sido el tiempo durante el cual me di cuenta que esta teología es una respuesta eficaz y real a una situación de injusticia totalmente contraria al original proyecto de Dios, al anuncio del Reino.
Este proceso lo viví simplemente tratando de ser fiel al número 26 del decreto Ad Gentes del Vaticano II: “los misioneros conozcan más ampliamente la historia, las estructuras sociales y las costumbres de los pueblos, y se interesen también del orden moral y de los preceptos religiosos, así como de la mentalidad íntima que dichos pueblos han ido formándose, de acuerdo con sus tradiciones sagradas, acerca de Dios, del mundo y del hombre”. Traté de entrar en las venas de Latinoamérica (Las venas abiertas del Latinoamérica – Eduardo Galeano) o mejor en todas las sangres del Perú (Todas las sangres – Arguedas).

Entonces ¿yo soy de la Teología de la Liberación?
Sí, yo me reconozco en las instancias de la Teología de la Liberación. Me reconozco en el método y en las reflexiones teológicas, en la lectura bíblica y su fuerza propulsora.
Me reconozco en los escritos de hombres apasionados y enamorados de Dios, de esta tierra, de su gente y de su historia como Gustavo Gutierrez, Jon Sobrino, Leonardo Boff. Amo la practica pastoral de Oscar Romero, Helder Camara y Pedro Casaldaliga. Me siento incomodo con las actitudes y declaraciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En particular me refiero a la Notificación de la Congregación para la Doctrina de la Fe aprobada por Benedicto XVI el 13 de octubre 2006 sobre dos escritos de Jon Sobrino: Jesucristo liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret (Madrid, 1991) La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas (San Salvador, 1999).
No me siento conforme con la perspectiva del pensamiento romano único que pide uniformidad y que no reconoce las diferencias que tienen raíces en otras tierras y otras culturas.

La Teología de la Liberación es para mí como los lentes que esta tierra me ha regalado para poder mirar a su realidad. Yo no puedo decir que soy de estos lentes, pero los considero fundamentales para leer la realidad que hace parte de mi presente y de mi futuro.

La Teología de la Liberación es expresión de un deseo de bien, es una práctica humana en búsqueda de justicia para el hombre y la mujer oprimida.
¿Se puede condenar un deseo, un sueño, el intento de un camino bueno? Para Roma parece que sí, pero yo no reconozco estas condenas.
Siempre trataremos de caminar en un camino que sentimos profundamente bíblico, cristiano, eclesial y humano.

En este sentido me siento de la Teología de la Liberación, de las reflexiones y prácticas libertadoras a favor de todos los oprimidos de la historia. Me reconozco en la lectura popular (o pastoral) de la Biblia. Sueño con las pequeñas comunidades de base que “despliegan su compromiso evangelizador y misionero entre los más sencillos
y alejados, y son expresión visible de la opción preferencial por los pobres” (Aparecida n. 179).


Emanuele Munafó


sábado, 22 de septiembre de 2012

Evangelización en el tiempo de los movimientos: neocolonialismo, proselitismo o esperanza para el pueblo

Cambios al tiempo de la colonización
Para muchos de nosotros los tiempos de la colonización son tiempos del pasado y no una experiencia directamente vivida. El tiempo en el cual un estado con mayor poder económico salía de sus confines para encontrar las riquezas que necesitaba para solucionar cuestiones más internas, es un tiempo lejano para muchos de nosotros. En este tiempo ya no somos espectadores de conquistas de territorios, de sumisión de poblaciones y de aniquilamientos de culturas. Ya no vivimos el tiempo de los esclavos, tiempo del racismo que consideraba al otro inferior porque era de cultura, costumbre y religión diferente. No vivimos en el tiempo de la soberbia política, económica y religiosa de quien se consideraba mejor, más justo o más desarrollado.
¿Estamos seguros que estas cosas son del tiempo pasado?

Claro, algunas dudas me vienen si considero las actitudes del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) que consideran la solución a los problemas de la pobreza con recetas económicas y financieras desde la perspectiva de los ricos y poderosos. El prejuicio es lo de considerar la evolución económica de los estados del “primer mundo” en sí justa. Es un sistema económico que no se cuestiona en sus principios fundamentales, más bien pone en prácticas recetas económicas y financieras que confirman el sistema neo liberal. Sabemos la influencia enorme que el FMI y el BM tiene sobre los países pobres y en vía de desarrollo. Leyendo algo sobre estos temas y mirándolo no desde la perspectiva eurocéntrica o del “primer mundo” está la sensación que el colonialismo no ha terminado, solo ha aprendido a hablar otro lenguaje, políticamente y diplomáticamente más correcto para el tiempo presente, más suave y aceptable a los oídos de la opinión pública. Claramente en esta nueva modalidad también es nueva la forma de opresión, son nuevos los racismos, nueva la forma de esclavitud, nueva la forma de controlar la cultura de pueblos enteros. Imagino que entre las diferentes cosas, una que tiene en común los antiguos colonizadores y los nuevos, es que ambos piensan de hacer lo justo, lo correcto y tal vez el bien para los demás. Por ejemplo imagino que los colonizadores españoles estaban convencidos de llevar el progreso y el desarrollo enseñando a los pueblos Incas la rueda, la escritura, herramienta desconocida. En cualquiera manera creo que esto se está dando también ahora. Los nuevos colonizadores con sus políticas financieras y económicas estarán convencidos de llevar desarrollo y progreso a los países todavía subdesarrollados. Dejamos por ahora de lado este tema económico e financiero. Les invito leer algo de Arturo Paoli sobre el tema.

A mí en realidad me interesa profundizar otro tema. Si hay una nueva colonización financiera, entonces económica, y de consecuencia política ¿no es que también podemos hablar de una moderna colonización religiosa? Tal vez hay una forma de colonización religiosa, llamada misión, que se caracteriza por lenguajes y modalidades nuevos pero que conserva lógicas antiguas. Tal vez hay formas de hacer misión que confirman estructuras de opresión. Tendríamos que ver si la práctica actual de la misión confirma prejuicios culturales y religiosos que obligan al otro a sufrir formas sociales, religiosas y económicas represiva y opresivas.
Sería demasiado complicado para mí considerar el tema desde una perspectiva mundial, en este sentido lo haré desde mi perspectiva y desde lo que conozco de la situación del Perú.

Es claro y evidente que la presencia de la Iglesia en el Perú vive de luces y sombras (Aparecida no 20). Es innegable que la Iglesia jugó y juega un papel social y educativo importante y muy positivo en algunos casos. Como es innegable también que una cierta manera de hacer teología en el pasado (la teología de la liberación), y menos presente ahora, fue expresión de una cercanía al pueblo muy comprometida, también con sus luces y sombras.
Pero ahora estamos delante de otra manera de ser Iglesia. Los movimientos religiosos en el Perú han crecido y se han multiplicados. La experiencia de la teología de la liberación se ha reducido, viviendo este proceso histórico sin ninguna lectura que ayude a rescatar lo bueno. Se han cambiado los lenguajes, tanto que hablar de inculturación ahora parece casi una lisura. Hay una crítica constante, a veces más y a veces menos evidente, hacia las oficinas y el trabajo de los derechos humanos. La experiencia de la laicización de la Iglesia es leída como un proceso de protestantización, y se quiere por esto reafirmar el papel del sacerdote como pastor de la grey y presencia mediadora que representa la presencia de Cristo. Se tiene más referencia los documentos que llegan de Roma o cartas del Papa y se le ha quitado, de poco en poco, autoridad a los documentos asamblearios del América Latina que de seguro son más respetuosos de la modalidad conciliar que el Vaticano II enseña. Han crecido de manera exponencial la presencia de obispos que son expresión de una Iglesia conservadora.
¿Qué significado asume todo esto?

Son muchas las consideraciones que se podrían hacer pero me concentro en uno.  Quisiera averiguar si los procesos de cambio de la Iglesia de estos últimos años, de una forma u otra, no estén repitiendo lógicas opresoras similares a las de la colonización. En este sentido me pregunto si verdaderamente estamos viviendo una dinámica de evangelización o si todavía caemos en el antiguo proselitismo, otro rostro de la opresión colonizadora.

Evangelizar tendría que significar el anuncio de la Buena Nueva, un novedad buena. La modalidad encarnada de Jesús conlleva que la Buena Nueva no viene desde afuera, sino nace desde el vientre del pueblo. Solo hay que reconocer la presencia de la Buena Nueva dentro de la cultura de cualquier pueblo. Son muchas las veces que Jesús sanando dice “tu fe te ha salvado”. “Tu fe” no es la fe que Jesús enseñó sino es el proceso de discernimiento de quien logra reconocer lo bueno que está dentro de las personas. Jesús reconoce la bondad de la fe de los israelitas y paganos (griegos o romanos). Esta fe es la que podría escandalizarnos más, porque es fe hacia los ídolos, hecha de oraciones de intercesión, de gracias o pedidos de protecciones. Pero esta fe es leída como buena cuando también reconoce buena la presencia de Jesús como presencia del amor de Dios que cura y se toma a pecho la historia del pueblo compartiéndola. Interesante que Jesús no pide a muchas de estas personas de seguirle, no los hace discípulos o mejor dicho no hace proselitismo. Es como si ellos no necesitan hacerse “cristianos” porque ya viven lo necesario: el amor. Diferente parece la actitud de Jesús hacia los discípulos y discípulas, en particular los varones, que parecen no entender nunca, hasta solo después de la resurrección, el verdadero sentido de la presencia de Jesús como amor gratuito y eficaz.
Jesús no hizo prosélitos, sino discípulos y discípulas entre los que más le costaba entender y creer en la dinámica del amor.

¿Cuál es la práctica que tenemos como Iglesia en relación a la evangelización?
A veces me parece que tratamos de llevar la gente hacia Jesús para hacerlos discípulos, pero más en el sentido del proselitismo (es una cierta práctica de pastoral sacramental). Si no fuera así cuando encontramos a una persona que ya vive su vida en la lógica del amor, tendríamos simplemente que alegrarnos y agradecer sintiendo a esta persona profundamente en comunión con nosotros y no extraña, solo porque profesa otra religión o la misma religión de otra forma. No tendríamos que esforzarnos para hacerlo cristiano o católico. Es prueba de esto la relación que tenemos entre evangélicos y católicos. Generalmente hay críticas muy fuertes entre las dos partes, tal vez a nivel formal un respeto diplomático, pero es clara la absoluta distancia por la falta total de un verdadero discurso ecuménico que abra caminos de acercamiento y búsqueda de la verdad. La asamblea de Aparecida corrigió la palabra secta con la cual los católicos identifican a los evangélicos u otras profesiones de fe, pero en realidad en la práctica no modificamos esta mala costumbre de darle a los otros un sentido despectivo y excluyente.
Personalmente me da lo mismo que una persona sea católica, evangélica, musulmana, israelita o de cualquier otra profesión de fe. Lo importante es vivir el amor hacia el prójimo, evidenciar el amor hacia Dios, y tratar de dialogar entre todos para que todos podamos cambiar en las cosas que hacemos o vivimos mal dentro de las diferentes religiones.
Este diálogo lo veo difícil si el punto de partida es que cada uno piensa de estar en la verdad haciéndose dueños de esta.

Otra dificultad es la presencia de un cierto racismo cultural que considera al otro inferior simplemente porque es diferente o porque es juzgado con criterios extraños a la misma cultura. No podemos juzgar la cultura peruana con nuestros ojos occidentales. No se puede conocer esta maravillosa cultura si antes no la amamos. De frecuente he escuchado críticas feroces, hasta casi racistas, hacia esta cultura sin, antes que todo, amarla. Considero ingenua la actitud de quien quiere cambiar esta cultura juzgándola equivocada o simplemente pobre. Considero que el camino es de amar y apasionarse de esta cultura y después hacer un camino donde todos, están invitados a vivir cambios efectivos y reales. Pero no se pondrá en la disposición de un cambio quien está convencido de llevar o traer la verdad que los otros solo deben entender, aceptar y a la cual deben convertirse.
En este sentido considero que no fue de ayuda el discurso inaugural del papa Benedicto XVI a la asamblea de Aparecida en el cual describe la evangelización y la conversión de los pueblos sin reconocer las imposiciones y las conversiones bendecidas y mojadas con la sangre de tantos indios. En realidad el documento (no 4) precisa que “el evangelio llegó a nuestras tierras en medio de un dramático y desigual encuentro de pueblos y culturas”. Una sola frase que por cierto es poco comparado al discurso del papa, pero esto evidencia como sea todavía difícil para nosotros reconocer y decir que la historia del cristianismo en América Latina ha sido marcada por dinámicas colonizadoras, tal vez porque esto nos obligaría a reconocer estas dinámicas todavía presentes, sobre todo en relación a una cultura diferente todavía existente.
¿Y ahora como son las coas?

1.      No tengo dificultad decir que todavía ahora tenemos algunas prácticas que ponen en evidencia dinámicas colonizadoras, hasta en nuestras practicas pastorales. Particularmente expuestos a esto considero que son los movimientos en general (Opus Dei, Sodalicio de la Vida Cristian, Comunión y Liberación, Neocatecumenales, Mato Groso) cuando no consideran su modalidad solo una entre las otras y entonces no necesariamente las mejores o más justas. En este sentido considero que corremos todo el riesgo de repetir y fortalecer la historia de la colonización cuando pensamos tener la razón en relación a la verdad (Dios) y a la sociedad (el prójimo).
2.      Otro elemento de riesgo es la enorme posibilidad económica que como misioneros extranjeros o como iglesia en general tenemos y que necesariamente nos pone a otro nivel en la práctica pastoral. Hay un refrán: “quien tiene plata habla como quiere”, me viene la duda también que “quien tiene plata hace lo que quiere”. Es difícil entrar en dinámicas de relaciones pastorales igualitarias con tanta diferencia en la posibilidad económica. Esto no significa que no reconozco una cierta generosidad en quien tiene posibilidad económica dentro de la Iglesia, pero considero que es difícil renunciar al poder que el dinero da en el campo de las decisiones pastorales o políticas dentro la misma Iglesia.
3.      Otro elemento es la muerte de muchos caminos de inculturación que se han bloqueado. Lo que se busca ahora ya no es la comunión en las diferencias, sino la uniformidad a un solo modelo (el modelo católico romano). Donde no hay el respeto y la aceptación de las diferencias no se puede tampoco construir comunión. La uniformidad no crea comunión, sino invoca la obediencia a uno y la renuncia a la cultura propia, dos elementos típicos de la colonización.

No digo que la Iglesia por sí sola es colonizadora, pero que tenga dinámicas antiguas de la conquista con lenguajes nuevos sí. Son algunas de las sombras que acompañan las tantas luces de la Iglesia. Pero estamos llamados a responder a estas sombras con valentía y firmeza. Una propuesta que hago es de abrir otros espacio de reflexión para hacer crecer una iglesia laica. El término laico llega del griego laos, es decir pueblo. Hay que buscar caminos para que como iglesias seamos siempre más expresión de la vida del pueblo, que nace del vientre del pueblo (María) y que se encarna en su vida así como es tal vez pobre en medio de los pobres (Jesús). Una iglesia laica tiene que abrir una reflexión sería sobre el tema del liderazgo que no puede ser considerado mediación con Dios, sobre el aprecio de la cultura como lugar de revelación de Dios desde siempre, que acoge la historia de siempre y de todos como historia de salvación. Una iglesia laica tiene que abrir espacios para reflexionar una nueva moral (sobre todo la sexual) para que sea una moral de prácticas incluyentes y no excluyentes. Una iglesia laica tiene necesariamente una relación con la cultura propia de cada pueblo, más positiva e inculturada.

Una Iglesia que sirve es una Iglesia que no asume nunca la actitud de un patrón, sino que se considera evangélicamente sirvienta e inútil.
¿Caminamos hacia este rumbo?


Emanuele Munafó

sábado, 8 de septiembre de 2012

“¿En qué momento se jodió la Iglesia?”


Cerezo Barredo - Pentecostés

El nobel de la literatura 2010, el peruano Mario Vargas Llosa, en el libro “Conversaciones  en la Catedral” del 1969 pone esta pregunta a nuestro amado país: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. La interrogante nace del desconcierto y el pesimismo del protagonista de poder comprender globalmente la realidad peruana, a la cual juzga con criterios esencialmente morales. La reprocha amarga del premio nobel es expresión del frustrado deseo de quien quiere lo mejor para su país. Creo que la crítica revela siempre pasión, ese mismo amor que sentimos para nuestras Iglesias y que nos empuja a preguntar: “¿En qué momento se jodió la Iglesia?

La historia de las Iglesias es acompañada desde siempre por críticas que, de una forma u otra, tratan de mejorarla. Las mismas herejías son expresión de la pasión de personas que han deseado mejorar el camino histórico de las Iglesias. En este sentido no tenemos que tener miedo de equivocarnos, más bien de no dar pasos hacia la búsqueda de caminos nuevos. En este tiempo de Iglesia necesitamos caminos de inclusión y de igualdad que tienen que hacernos temer más al silencio que a las palabras, a la inoperancia que a las nuevas experiencias. Por esta razón no tenemos miedo de preguntarnos: “¿en qué momento se jodió la Iglesia?”

Tal vez desde siempre hemos tratados identificar a los responsables de los tiempos oscuros que la Iglesia vive. Yo también me encuentro en las filas de quien por amor busca las razones de lo que no funciona. No es la práctica de criticar para criticar, sino la conciencia clara que hay contradicciones dentro de la Iglesia que se traducen en  escándalo para muchas personas. Es el escándalo verdadero que hace tomar distancia de las Iglesias, no por el mensaje de lo que se hacen anunciadora, sino como se traduce este mensaje en la práctica.
Tal vez en manera demasiado sencilla, pero con una cierta consciencia afirmo que la Iglesia perdió su rumbo original por las decisiones que sus mismas autoridades tomaron en el recorrido de la historia. Pero todo no se determina por las decisiones de las autoridades, porque todos somos Iglesia, entonces todos estamos involucrados.
Entonces la pregunta sigue vigente para todos: “¿En qué momento se jodió la Iglesia?”.


Tal vez…

… cuando después de pocos años de la muerte de Cristo en el contexto de las primeras comunidades cristiana alguien puso las manos sobre frases originales de Pablo para escribir cartas en su nombre (las cartas deuteropaulinas) dándole en algunas cuestiones importantes un sentido totalmente diferente pasando de una Iglesia inclusiva, ministerial y laica a una Iglesia jerárquica, autoritaria y sacerdotal. Una cuestión importante era la del liderazgo dentro de las iglesias, encerrando a las mujeres en un papel reducido y prácticamente inconsistente.

… cuando hemos aceptado después del edicto de Milán (313 d.C.), la lógica de la religión licita según los criterios del imperio del tiempo haciendo morir la profecía de una sociedad diferente inscrita en el anuncio del evangelio y abriendo la puerta a toda sumisión a las lógicas de los imperios de todos los tiempos. Es una sumisión que ahora llamamos “política correcta” o diplomacia, pero que en realidad es aguar el mensaje evangélico en lógicas de poder y de privilegios aún muy presentes dentro de las Iglesias de hoy.

… cuando la Iglesia aceptó de ser un estado en medio de los otros con su jefe, su economía, su ejército, su guerras para la conquista de territorios y de culturas. Un estado poderoso y rico no por la fuerza del anuncio del evangelio, sino de la astucia militar, política y económica donde hasta la salvación se puede prometer en una venta, donde el evangelio se sacrificó para la más importante causa de la Iglesia: la Iglesia misma.

… cuando vimos la Iglesia “astutamente” a lado de los conquistadores de todos los tiempos en África y en América Latina, justificando y bendiciendo lógicas opresivas y prácticas violentas. Una presencia de proselitismo que hasta la fecha no hemos logrado quitar de nuestra mentalidad en la práctica cotidiana de considerar nuestra verdad la mejor, la más justa y la única necesaria. En el pasado se justificaba la violencia, el homicidio y la explotación considerando a los habitantes de las nuevas tierras “seres inferiores” y hoy se confirma la misma lógica bendiciendo sistemas pastorales que no reconocen la bondad de la diferencia cultural. La razón es siempre la misma: la certidumbre de tener la verdad en el bolsillo. El racismo de ayer no está muerto, solo ha cambiado lenguaje.

… cuando como Iglesia bendecimos la censura de pensamiento, de opinión, de lectura, de estudio o de acción. Cuando pensar en manera diferente significaba arder en un ruego, o ser excluido de la Iglesia misma y entonces de la sociedad con una anatema o aislado en el silencio y en el desinterés.

… cuando, desde casi siempre, la Iglesia se ha identificado con su jerarquía pensando en la comunión como la sumisión a esta, haciendo de la obediencia el valor más importante. Es la Iglesia que se ha olvidado que la jerarquía tiene sentido solo en la lógica del servicio, y que tiene que aspirar a los últimos asientos y besar las manos de todos los pobres y no hacérselas besar en sentido de reverencia. O tal vez cuando tenemos una jerarquía inalcanzable con la cual realmente no se puede comunicar. Una jerarquía que en el siglo XXI todavía afirma que quien no obedece al “obispo o al vaticano no obedece a Dios” (diócesis de Huacho).

… cuando se ignoraron algunos fundamentales aportes del Vaticano II, como la forma conciliar con la cual la Iglesia debería decidir y expresarse. Todavía estamos sujetos a una forma de mando personal y no comunitaria. La forma conciliare que invocaba el Vaticano II, traicionada ya después de pocos años del cierre del concilio, hubiera tenido que ser ejemplo para todos y a todos los niveles, desde el Vaticano romano hasta la más pequeña realidad eclesial. En cambió se confirmó la forma jerárquica menos evangélica. Decimos que todos somos Iglesia, pero parece que algunos, los que más están arriba, son más Iglesia de otros.

Podríamos seguir enumerando y anunciando las muchísimas situaciones con las cuales la Iglesia se jodió, dando así la culpa a la política y a los poderes fuertes que se aprovecharon de ella, como podríamos dar la culpa a las jerarquías siempre más frágiles y confundidas de esta nuestra Iglesia.
También tendríamos que recordar todo lo bueno que la Iglesia hizo y hace, pero en este momento sería un alivio demasiado suave o una esperanza que corre el riesgo de justificar la presencia de lo que no funciona. Estamos viviendo un tiempo oscuro y triste de Iglesia y por esto me pregunto: “¿cuándo se jodió la Iglesia?”.

Personalmente creo que la respuesta no está en las manos de quien nos gobierna, sino en la libertad y en las libres opciones de cada uno de nosotros. Somos nosotros que aceptamos y escogemos el silencio por miedo a las consecuencias. Somos nosotros que delante de la jerarquía (sacerdotes, religiosas u obispo) sentimos un respeto que no nos permite reconocer que estamos delante de un siervo.
Tomando de una famoso video me gusta preguntar ahora: “¿En qué momento se arregló la Iglesia?”


En el momento…

… en que buscamos en la práctica caminos posibles de una Iglesia inclusiva, ministerial y laica, compartiendo estos caminos sin encerrarlos en el silencio que tiene miedo del juicio de las autoridades.

… en que volvemos a dar fuerza a las palabras exigiendo espacios para compartir y escucharnos, en lugar de solo obedecer. Se trata de decir lo que se piensa sin encerrarse en un silencio diplomático que finalmente bendice la lógica mafiosa de quien no habla, no ve y no escucha.

… en que no renunciamos a derechos fundamentales dentro de la Iglesia misma como la libertad de la conciencia que está por encima de cualquier ley.

… en que nos convertimos a otra forma de liderazgo con el cual no excluimos a las mujeres, más bien las dejamos ser verdaderas protagonistas de esta Iglesia, y no solo la que más la frecuenta.

… en que tratamos el asunto de la economía dentro de la Iglesia como un asunto evangélico y no de medios para lograr nuestras finalidades.

… en que renunciamos a la práctica humillante de la opción preferencial para los pobres para convertirnos en la evangélica opción preferencial por los pobres.

… en el momento en que volvemos a cuestionarnos sobre los temas de la moral sexual desde un principio evangélico de inclusión.

Estoy convencido que como siempre la Iglesia se arregla empezando desde abajo, desde lo cotidiano, desde el día tras día. Se empieza trabajando en nuestras pequeñas realidades cotidianas rechazando las formas autoritarias y excluyentes. Se empieza dentro de la parroquia con los párrocos, dentro de las diócesis con los obispos.

O tal vez ¿alguien más tiene sugerencias?

Emanuele Munafó

martes, 21 de agosto de 2012

Comer y beber nuestra propia condenación

Oswaldo Guayasamin - La edad de la esperanza
Hace unos días apareció en el blog un escrito de un amigo anónimo comentando el texto “Comunión y confesión ¿caminos de inclusión? recordaba una enseñanza clásica de la doctrina. El comentario dice: “Siempre nos han dicho que recibir la comunión en pecado mortal es una ofensa a Dios, basándose en lo que San Pablo nos dice en la carta a los Corintios (1Cor 11, 27-28)”. Agradeciendo al amigo anónimo por su comentario quisiera retomar el tema para compartir una aclaración a nivel de método y de contenido.

Método
Por lo que se refiere el método lastimosamente es algo frecuente citar frases de la Biblia para dar fuerza o autoridad a algo, o a alguien, dando un sentido a la Palabra que no coincide con lo que la misma Palabra de Dios expresa. Era una práctica habitual en la doctrina clásica, pero últimamente veo que estamos volviendo a lo de antes. Anteriormente la Palabra de Dios, tanto en la predicación cuanto en las reflexiones teológica, se utilizaba no como fuente real de revelación, sino como algo que tenía que confirmar lo ya pensado y darle autoridad. Últimamente me parece que estamos volviendo a esta práctica revelando una debilidad interna de la Iglesia, una debilidad típica de las formas autoritarias. La autoridad para regirse necesita siempre una investidura desde arriba y para justificarse se apoya a una autoridad más grande, fuerte o reconocida. Es la misma modalidad que reconocemos en la historia de Israel en el momento en que la monarquía necesita aumentar su autoridad. Es lo mismo que pasó cuando se construyeron los templos al tiempo de Salomón y al tiempo de Esdras y Nehemías. No hay nada mejor que decir “lo quiere Dios” o “es su voluntad” para hacer lo que queremos e imponer nuestra voluntad, ideas o proyectos. Pude escuchar con mis oídos decir al obispo de Huacho que el embellecimiento de su catedral era voluntad de Dios. Pero lo mismo pasa cuando un obispo da fuerza a su ministerio basándolo sobre la sucesión apostólica y no sobre el mandato que recibió de servir, dando a pensar erróneamente que la sucesión apostólica es una práctica más cercana al nepotismo que a la línea de continuidad del mandamiento de Jesús de lavarse los pies los unos con los otros (Jn 13, 13), dando fuerza al verdadero sentido de la presencia de la autoridad que es la de servir participando así de la comunión con Cristo y con la comunidad.

El error de método en cual caemos, y en este sentido me incluyo también porque fui educado por esta Iglesia, es lo de utilizar frases del evangelio extrapolándolas de su contexto, para dar fuerza y autoridad a nuestros pensamientos o actitudes. En este sentido me parece que esto pasa con la doctrina del pecado mortal en referencia al texto de 1 Cor 11, 27-28, que no tiene absolutamente nada que ver con esta doctrina.

Contenido
El texto de la carta a los Corintios de San Pablo (1 Cor 11, 27-29) viene de frecuente utilizado para expresar la peligrosidad de recibir la comunión si no estamos en un estado de gracia. En realidad la afirmación de Pablo no tiene nada que ver con la doctrina del pecado mortal expresada por la Iglesia, doctrina que necesitaría ser profundizada más en el campo de la reflexión teológica y antropológica. En este sentido la Palabra puede alumbrar la teología y la antropología dándole nuevas luces. En este momento no tocaré el tema del pecado mortal, sino más bien quiero considerar la afirmación de Pablo dirigida a la comunidad de Corintios.

En el momento en que leemos la frase de Pablo “El que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación por no reconocer el cuerpo” (v. 29), necesariamente tenemos que entender el contexto y el pretexto de la afirmación del mismo Pablo.
El contexto y el pretexto de la frase es lo de la comunidad y de su manera de estructurarse. Pablo acababa de denunciar una práctica excluyente dentro de la comunidad misma hacia las mujeres con su papel de liderazgo. Pablo soluciona el asunto en manera muy decidida afirmando que la mujer tiene su dignidad de presencia y de liderazgo dentro de la comunidad en fuerza de su misma existencia creada y querida por Dios (v. 15: “la mujer se siente orgullosa de su cabellera”). El cabello largo de la mujer ya es el velo (v. 15) que los hombres quisieran ponerle como signo de sumisión. El hombre quisiera callar a la mujer, pero Pablo recuerda que Dios la creó desde siempre con su dignidad y libertad. El problema que Pablo enfrenta es un problema de exclusión y división dentro de la comunidad. Delante del riesgo o sospecha de exclusión o división Pablo se pone siempre muy fuerte (suficiente recordar la actitud que tuvo delante de Pedro en el llamarle la atención, Gl 2, 11ss) tanto que concluye esta parte afirmando: “De todas maneras, si alguien desea discutir, sepa que ésa no es nuestra costumbre, ni tampoco lo es en las Iglesias de Dios” (v. 16).

Cuando Pablo pasa a escribir del tema de la comunión está enfrentando el mismo problema de las divisiones dentro de la comunidad: “cuando se reúnen como Iglesia, se notan divisiones entre ustedes” (v. 18). Son divisiones que hacen de la comunidad un lugar de alianzas para el poder (v. 19-20) y de divisiones entre ricos y pobres (v. 21-22). Una comunidad dividida, donde lo que vale es el poder de quien tiene más autoridad o el poder de quien tiene más posibilidades económicas, es un insulto al cuerpo de Cristo. Hay que recordar que cuando Pablo habla del cuerpo de Cristo no está hablando simplemente del sacramento de la eucaristía, sino más bien de la presencia sacramental de Cristo como Iglesia en el sentido de asamblea-comunidad. El asunto de la división del cuerpo de Cristo que es la Iglesia es tan importante para Pablo que decide de recordar la institución misma de la Iglesia como comunión, como el compartirse de Jesús a la humanidad. Quien no acepta la lógica buena de la comunidad que construye comunión, para Pablo presencia sacramental de Cristo, inmediatamente se autoexcluye de su lógica y entonces “come y bebe su propia condenación” (v. 29). Pablo lo afirma en manera clara en el momento en que dice que la razón de la condenación es el “no reconocer el cuerpo” (v. 29), donde el cuerpo es el cuerpo de Cristo que es la comunidad-asamblea (Iglesia). Está comiendo su condenación quien utiliza la lógica de poder para hacer partidos dentro de la comunidad y quien divide la comunidad discriminando a los pobres. Lastimosamente son dos temas que todavía tocan radicalmente a nuestra Iglesia cuando se divide en facciones para el control del poder (el Vaticano últimamente nos ha dado un ejemplo concreto) y cuando dividimos la Iglesia en base a la posibilidad económica (en este sentido tendríamos que ver cuan difícil es organizar una igualdad de las riquezas entre las parroquias de una diócesis o ver cuántas comunidades se estructuran alrededor de un real compartir).

Finalmente considero inapropiado asociar el sentido del pecado mortal, clásicamente explicado por la doctrina católica, con este texto de Pablo. Más bien me parece que este texto reaviva el sentido verdadero de la comunión como acogida de la lógica inclusiva de Jesús, que acoge a todos en la comunión empezando por los pecadores, que son en este caso los que viven de su poder autoritario o económico y que dividen a las comunidades. Entre estos últimos claramente no podemos considerar por ejemplo a los convivientes o a quien tiene una práctica sexual no conforme a la doctrina. Si hablamos de poder político o económico que son utilizados para construir privilegios y exclusiones en lugar de edificar una comunidad (o sociedad) inclusiva e igualitaria ¿a quién podríamos referirnos a fuera o dentro de la Iglesia?

Vuelvo a remarcarlo, estoy convencido que la relación entre comunión y confesión va pensada nuevamente porque como está ahora en la práctica de nuestra Iglesia no expresa la verdad ni del sentido de la comunión cuanto del sentido de la reconciliación.


Emanuele Munafó

lunes, 30 de julio de 2012

Comunión y confesión ¿caminos de inclusión?


Personalmente me encuentro de acuerdo con quien reconoce dentro del cristianismo (católico o no) dos grandes tendencias: una profética y libertadora que sintoniza con el movimiento de Jesús como movimiento al servicio de los sectores más marginados y excluidos de su tiempo, y otra tendencia que ha convertido el cristianismo en sistema, e inevitablemente en estructura. La existencia de una estructura conlleva invertir energía e inteligencia para la subsistencia, la defensa y el desarrollo de la misma. De esta manera la estructura pierde su verdadero sentido y en lugar de vivir en función de su original misión empieza a vivir por y para sí misma. Al principio la estructura viene vista y vivida como un medio, pero con el pasar del tiempo se vuelve una finalidad. Otro límite de la Iglesia como estructura lo veo en el hecho que se encuentra obligada a entrar en relación con las otras estructuras existentes (por ejemplo la política y la económica) acogiendo el mismo lenguaje (sino no se comprenderían) e igualándose en las formas estructurales (sino no se reconocerían y no podrían entrar en relación). Es el límite de una Iglesia que aceptó de ser un estado en medio de otros entrando en relaciones diplomáticas con las estructuras políticas, económicas y financieras del tiempo. La situación empeora cuando, viviendo estas relaciones diplomáticas, la Iglesia se pone con la soberbia de quien piensa ser revestido de una misión y de un poder que le viene desde arriba, como si Dios hablara solo en ella o a través de ella. La Iglesia, encerrada en una estructura inevitablemente pierde la fuerza de la palabra profética que nace del proyecto de Dios de estar con los más marginados (es todo el movimiento de Jesús). La Iglesia tendrá que hablar según una lógica de política correcta, en la cual algunas cosas se pueden decir y otras no por el miedo de deteriorar las mismas relaciones diplomáticas. La Iglesia en este sentido es capaz de palabras fuertes, y hasta conflictivas, cuando le toca defender su soberanía como cualquier otro estado. En el caso de la Iglesia no se habla solo de soberanía territorial, sino también de soberanía moral (como el hombre tiene que vivir) y teológica (que el hombre puede pensar y decir de Dios). Me parece que esta no era la actitud de los profetas que generaron el movimiento de Jesús, sino era la actitud de los profetas del templo y de los sacerdotes que hablaban desde el principio estructural del Templo, la estructura que les aseguraba sus mismas subsistencias.
De otra parte sería anacrónico, y tal vez imposible, pensar en una Iglesia sin estructura. El mismo Pablo se movía dentro de una Iglesia que presentaba ya una estructura, también si su propuesta era de una Iglesia igualitaria, ministerial y laica, signos vivos de caridad (ágape) y expresión de la fe en Jesucristo. En realidad esta vivencia ha sido remplazada por una Iglesia jerárquica, autoritaria y sacerdotal. Este proceso es evidente en el pasaje entre las cartas originales de Pablo y las deuteropaulinas (como las cartas a Tito y Timoteo), que retoman algunas enseñanzas del apóstol logrando decir algo totalmente diferente y hasta contradictorio. Personalmente rechazo el proyecto de destruir toda forma de estructura. Sería casarse con las ideologías extremistas (de izquierda o de derecha) que apuntan a una libertad, personal o de mercado, que tiene un entendimiento equivocado del líbero arbitrio.
A esta altura, lastimosamente, no podemos considerar la Iglesia o su mensaje sin considerar su estructura. En este sentido estamos llamados a confrontarnos con la estructura de la Iglesia para reconocer cuando esta se da en formas exclusivas (excluyente) o inclusivas, cuando es una Iglesia que vive la opción preferencial por los pobres o cuando trabaja para los pobres (tal vez) desde un contexto de riqueza y poder. El cambio de una Iglesia no se puede dar a pesar de la misma o de su estructura, sino desde el interior.
En este sentido la propuesta que hago, y que intento personalmente vivir y enseñar, es la de derrumbar barreras de exclusión. Una experiencia es la que ya pude expresar en el escrito Iglesia cerrada con la posibilidad de acceso al corazón de la inclusión de Dios, la comunión, sin poner límite a la libertad de Jesús en su decisión de comunicarse a todos los hombres, y preferencialmente a los más excluido y marginados (que en la época de Jesús también eran considerados impuros y pecadores). La libertad del hombre de hacer camino se decidirá a partir de la comunión de Dios, y no como punto de llegada. Es Dios que se ofrece al hombre y no el hombre que merece esta comunión o alianza con él. La aceptación del proyecto de Dios será la respuesta que el hombre puede dar a la propuesta de Dios. Esta respuesta se da en el repetir la misma lógica de Dios en la construcción de un mundo (reino) de paz, de justicia, de igualdad y de misericordia.

Nos han enseñado que la confesión es condición para recibir la comunión. Reconozco en esta enseñanza y práctica algunos límites. De esta manera se limita la ofrenda que Jesús hizo de sí mismo al mundo entero, un límite que considera el pecado más fuerte del amor. Lo considero una traición a la cruz de Cristo que muriendo por el mundo entero ya venció y perdonó todo pecado. El velo del Templo con la muerte de Cristo se rasgó una vez para siempre y para todos. Poner la confesión como condición significa cocer otra vez este velo encerrando a Dios en un lugar que no es para todos. La práctica de la confesión antes de la comunión confirma el esquema del puro e impuro que Jesús borró. Está en la conciencia común que no se puede recibir la comunión estando impuros o indignos y que solo con la purificación de la confesión se puede acceder a este sacramento. Esta es la lógica de la purificación y de los sacrificios que Jesús rechazó.
De otra parte el sacramento de la confesión y de la comunión son dos sacramentos distintos. En muchas diócesis se trata de enseñar a los niños que no son uno la consecuencia del otro. Esta enseñanza será siempre limitada si consideramos la confesión como condición para acceder a la comunión, en lugar de considerar la primera como consecuencia de la segunda. La confesión es experiencia de la misericordia de Dios que no puede ser plena si antes no vivimos esta experiencia por lo que el amor de Dios es: gratuito y para todos. En este sentido no considero absolutamente la confesión necesaria para poder recibir la comunión. La confesión será al máximo la respuesta positiva de la persona que sintiéndose amada querrá confirmar este amor dejándose tocar en lo más profundo de su ser con la confesión de la propia vida.
Sabemos, lastimosamente, que a veces la acusación de los pecados es un arma en mano de una Iglesia moralizadora que corre el riesgo de controlar la conciencia en lugar de liberarla. Es una Iglesia que enseña a vivir bajo el sentido de la culpa en lugar de vivir encontrados por el sentido de la gracia.
Pensando en tantos pobres que se encuentran en la imposibilidad de vivir algunas leyes de la Iglesia me da lástima que tienen que sentirse por esto pecadores y esclavos del sentido de culpa. Permitirle la experiencia libertadora del amor gratuito de Dios abre caminos de reconciliación con sí mismos y con los demás. Esta liberación cambia una manera de ser Iglesia. Es una manera para tocar el corazón de la Iglesia como estructura, haciéndola más fiel al evangelio.
Significa quitarles a los sacerdotes el poder, o la responsabilidad, de moralizadores de la sociedad, permitiéndole en cambio de ser, según su verdadera vocación, los que proporcionan a todos la misericordia gratuita de Dios.

Derrumbar barreras de esta estructura eclesial encerrada en sí misma significa empezar a vivir prácticas eclesiales diferentes, y si nos equivocamos… bueno, esto lo dirá Dios, el único que finalmente puede juzgar.


Emanuele Munafó

lunes, 16 de julio de 2012

Iglesia hecha de oro y plata


Sus ídolos no son más que oro y plata, una obra de la mano del hombre. Tienen una boca pero no hablan, ojos, pero no ven, orejas, pero no oyen, nariz, pero no huelen. Tienen manos, mas no palpan, pies, pero no andan, ni un susurro sale de su garganta.
Salmo 115, 4-5

Tal vez para algunos puede parecer demasiado fuerte o irrespetuoso paragonar nuestra Iglesia Católica de hoy a uno de estos ídolos hechos de oro y plata. Son ídolos que teniendo boca no pueden hablar, ojos no pueden ver, orejas no pueden escuchar.
En cambio es insistente la sensación que esta Iglesia desde tiempo viene repitiendo lo de siempre, sin tener la capacidad de palabras nuevas y prometedoras, una Iglesia incapaz de escuchar y de reconocer la realidad que tiene adelante. Para mí, últimamente y a menudo, es muy fuerte la adoración idolátrica que la Iglesia tiene hacia sí misma, sin recordarse que ella también es “una obra de mano de hombres”, y entonces que puede pasar que cierre su boca y que tape sus ojos y oídos. Una Iglesia que se considera posesora de la única verdad, creyendo además de tener la tarea de defenderla, asume la actitud de un ídolo de oro y plata, obra de la mano del hombre que no habla, no escucha y no ve si no así misma. Sabemos bien que la verdad no se posee, a lo mejor se busca o se sirve. Esto conlleva escucha, dialogo y discernimiento, espacios para compartir los caminos y para reconocer las diferencias. Este proceso necesita de boca para dialogar, de oídos para acoger, de ojos para reconocer y amar. Una Iglesia que piensa de hablar desde la perspectiva de la única verdad no necesita relaciones para dar pasos nuevos, sino solo personas que escuchen las palabras de siempre y aprendan a obedecer y cumplir.
Por eso me pregunto ¿Por qué a veces actuamos como dueños de la verdad?
Tengo la sensación de estar delante de una Iglesia que no tiene nada más que decirnos, que no sabe escucharnos y que no cambia su mirada superba y juzgadora en una humilde y acogedora.

Tiene boca pero no habla
Últimamente no es raro encontrarse con una Iglesia con la boca cerrada que perdió su capacidad de hablar al mundo de hoy, que se limita a repetir las palabras de siempre. Una Iglesia que simplemente confirma sus verdades sin buscar en la Palabra luces de caminos nuevos. Es una Iglesia que exalta la importancia de la Palabra de Dios y que al mismo tiempo se fastidia cuando la Palabra misma la cuestiona. Esta Iglesia utiliza su palabra para tapar la boca de quien habla de derechos humanos o de ecología, de quien se esfuerza de desarrollar reflexiones como las de la teología de la liberación o feminista. Es una Iglesia que prefiere hablar de sacramentos y no de problemas sociales o políticos como el narcotráfico, la corrupción, la discriminación de género o hacia quien expresa una opción sexual diferente de la heterosexual. Esta Iglesia reduce su predicación a un simple discurso moral, y por la mayoría de moral sexual.
La palabra de Jesús da esperanza y muestra luces, en cambio su palabra no abre caminos, sino encierra a todos en un único camino posible, que es lo que solo ella ve.

Tiene ojos pero no ve
Es una Iglesia que no se da cuenta que la realidad que tiene adelante ha cambiado. Extraña los tiempos en los cuales “todos” eran católicos, y habla como si todavía todos lo fuesen, eran los tiempos en los cuales su palabra era considerada palabra divina. Es una Iglesia que tiene una mirada de desprecio hacia el mundo considerándolo malo, equivocado o pecador1. Es una mirada soberbia y muy superficial de quien piensa de tener el derecho de juzgar realidades que la mayoría de las veces tampoco vive. Es una Iglesia que se hace maestra del mundo habiendo renunciado de hacerse simplemente compañera de viaje del hombre viviendo ella también en este mundo. Es una Iglesia que se mira a si misma considerándose como un mundo aparte dentro de este mundo, un estado dentro de los estados, y que vive por encima de estos.
Sus ojos no están para acoger y amar a la realidad diferente de sí misma, no tiene siempre la capacidad de reconocer los tiempos nuevos que estamos viviendo con sus cambios y profecías.
Es una Iglesia que teniendo ojos no logra a mirar y reconocer a la realidad que tiene adelante porque ya tiene un juicio, o prejuicio, de condena o negativo. Mira a la realidad de arriba hacia abajo y al pobre con conmiseración y no misericordia. El pobre es visto objeto de caridad y no oportunidad de conversión para la Iglesia misma.
La mirada de Jesús se posaba sobre el hombre para amarlo y acogerlo, en cambio esta es  una Iglesia que vive la opción preferencial para los pobres y no por los pobres, porqué su grito hace rato no lo escucha.

Tiene oídos pero no oye
Es una iglesia que teniendo oídos hay cosas que no puede escuchar. No puede escuchar lo que la incomoda o que no la confirma en lo que ya es. No puede escuchar a quien cuestiona su teología, sus leyes, su moral, doctrina o magisterio. No puede escuchar estas críticas a pesar de que lleguen desde la vida del mismo pueblo que debería servir. El grito del pueblo lo percibe como fastidioso o ignorante, en el sentido de que no tiene nunca la preparación o la inteligencia para poderse expresar correctamente. Es el grito de los excluidos que se encuentran en esta situación porque no pueden pasar por las puertas estrechas de las leyes que anuncian exigencias olvidando la misericordia. Sus mismas vidas son una crítica a estas leyes que la Iglesia decide de no cuestionar, porque se reconoce más en sus leyes que en la práctica de la misericordia.
Dios escuchaba el grito de su pueblo para darle una respuesta, también cuando este grito cuestionaba el mismo Dios. Esta Iglesia en cambio vive en una constante apología de sí misma y de su práctica.

Más allá de la idolatría
Personalmente no considero demasiado atrevido comparar nuestra Iglesia con los ídolos del salmo donde oro y plata alumbran y ofuscan, atraen y confunden. Es esta la imagen de Iglesia que últimamente encontramos. Una Iglesia estática como un pantano y no prometedora como el movimiento dinámico de un río. En esta Iglesia parece que cada práctica o palabra, que crea un poco de movimiento inesperado, moleste el sueño del pantano. En esta Iglesia-pantano, enamorada de sí misma, parece que la tradición se considera como repetición y no como entrega de sí misma a la libertad del hombre de hoy. Es una Iglesia que desconfía de la libertad del hombre de hoy porque no reconoce su madurez y su camino. Es una Iglesia que no escucha lo que se dice o que se grita, sino simplemente se fija en la modalidad de expresarse. Es una Iglesia acostumbrada a que las cosas no se deben cambiar sino confirmar. Es la misma dinámica de fe que esta Iglesia nos invita a vivir: una fe de la obediencia y de la sumisión que no quiere dar pasos o abrir a caminos nuevos. Es una Iglesia vieja como un pantano donde todo tiene que quedarse igual a sí mismo, en la cual también las novedades son válidas si ya vividas en la antigua tradición.
No me sorprende todo esto pero sí me indigna como repetimos la dinámica de una Iglesia asustada de la profecía de la cual debería ser testigo, prefiriendo la seguridad de la estructura (sobre todo jerárquica), que la fuerza de relaciones de amor y de misericordia. Es una Iglesia que pone la ley por encima de la misericordia haciendo de la primera requisito para la segunda. El mandamiento del amor de Jesús lo considero válido no como ley entre las leyes, sino como práctica primordial de Dios con la humanidad.  Jesús nos revela no lo que tenemos que vivir, sino lo que él estaba ya viviendo en la práctica. El mandamiento del amor no es síntesis de las leyes antiguas, sino es práctica siempre nueva de poner como principio de todo el amor que también si no es amado logra a perdonar (Dante Aligheri), entonces a amar. Considero esta práctica divina principio de cada camino. Leyes o estructuras que de una forma u otra borran o esconden esta práctica del amor incluyente, creo que pierdan su valor y no tienen que ser respetadas.
No me asusta declarar que en esta Iglesia de plata y oro mantenemos prácticas idolátrica que están haciendo de nuestro Dios un Dios callado con ojos u oídos tapados.

A la Iglesia, y a cada uno de nosotros, le pedimos el mismo coraje de saber hoy escuchar la voz de quien se siente excluido, de no juzgar la forma de gritar, sino de escuchar el contenido del grito.
¿Será nuestra Iglesia todavía capaz de la humildad de quien sirve de despojarse de la soberbia de quien manda?
Esta duda atroz me devora. Con este blog estoy haciendo experiencia del silencio del ídolo que no tiene boca para hablar u oídos para escuchar. Reconozco el miedo en el silencio de quien espera que toda palabra muera de su cansancio y también el miedo de la palabra de quien quiere limitar esta forma de expresarse pensando inoportuno el grito o pidiendo que este se encierre en un hablar intraeclesial.
No hay muchas alternativas delante de un pantano si quieres que retome vida. O lo abandonas a sí mismo, o con la práctica empiezas a abrir caminos rompiendo los bordes que lo limitan para que el agua empiece otra vez a fluir.
Considero buena la práctica de quien según conciencia desobedece a las leyes y a los preceptos que tienen índices de exclusión. Son barreras que se rompen y hacen fluir agua para que esta vuelva a donar vida.

Personalmente comparto algunas reflexiones que para mí ya son tentativos de prácticas concretas:
1.      Todos los que desean hacer experiencia del don gratuito del amor de Dios no pongan límites ni barreras en su camino (hablé de esto en el escrito “Iglesia cerrada ¿La comunión a quién?”. http://emanuelemunafo.blogspot.com/2012/06/iglesia-cerrada-la-eucaristia-quien.html).
2.      Necesitamos reconsiderar la relación entre pecado y gracia, confesión y comunión. Hablaré de esto para rescatar que la primera no es condición para la segunda, más bien que la comunión es oportunidad para la segunda.
3.      Necesitamos reconsiderar el tema de la economía dentro de la Iglesia, demasiado rica y poderosa para estar concretamente de la parte del pobre.

No creo que sea inútil hablar y decir las cosas que se piensan, sino no estaría escribiendo, pero delante de un ídolo de oro y plata, de una Iglesia-pantano, creo sea más útil la palabra que se hace practica, y una práctica que no se esconde en el silencio, sino que se hace nuevamente palabra.


Emanuele Munafó



1 Citando al Padre Hugo De Censis: «¡El mundo es una mierda!» (Catedral de Pucallpa, predicando en una ordenación diaconal el 30 de junio 2012).

sábado, 30 de junio de 2012

La ley de Dios ¿a servicio de quién?

¿La ley es siempre para el bien de las personas?
¿Con qué autoridad se imponen o proponen al hombre las leyes?
¿Suficiente decir que una ley es de Dios o voluntad suya para que sea justa o buena?

La Biblia está repleta de la voluntad de Dios o de lo que supuestamente debería ser ordenando por él. En realidad sabemos que muchas leyes en la Biblia obedecen a lógicas que no son necesariamente el deseo del bien del hombre de parte de Dios. Muchas leyes nacen de la vida de las autoridades y de las jerarquías, que son herramientas para justificar la jerarquía misma y el ámbito de su poder (Templo y Palacio) y tienen fuerza justificándose en la supuesta voluntad de Dios.
Estas leyes, que justifican las jerarquías y las exclusiones, se transforman inmediatamente en herramientas de opresión y marginación para los más pobres que se encuentran en la imposibilidad de poder obedecer la supuesta voluntad de Dios. Un ejemplo de esta manera de proceder lo encontramos en el libro del Levítico1.
El levítico es uno de los testimonios que tenemos para reconocer como dentro de la Biblia hay dos proyectos. Un proyecto que trata de justificar la presencia del Templo, del Palacio y de la jerarquía como mediadora única para llegar a Dios (es un proyecto según el corazón y los intereses de los poderosos), y un proyecto que describe la verdadera modalidad de Dios de estar con su pueblo, sin mediaciones, sin límites, un Dios que está con los excluidos y no con quien excluye, con quien llora y no con quien hace llorar.
En la formación misma del código del Levítico se rescata este doble proyecto. De una parte está el esquema Moisés-Arón-sus hijos-el pueblo, a través del cual se confirma la estructura jerárquica con Moisés único mediador. El otro esquema se concretiza en la manera en que Dios se muestra a todo el pueblo (Lv 9, 23), donde Dios muestra su santidad sin mediación alguna (Lv 10, 23). En realidad toda la ley pierde su valor delante de lo más importante: el deseo del Señor de mostrarse a todos.
Esto me parece el criterio que Jesús mismo utiliza delante de la ley. Cuando una ley tiene rasgos de exclusión contra los  marginados no la reconoce buena y no la respeta.

Me pregunto si una lógica como esta, de una forma u otra, no se está repitiendo en nuestra Iglesia.
¿También hoy tenemos leyes que apoyándose sobre la voluntad de Dios son justificaciones de poderes y herramientas de exclusión?
¿Hay leyes que justifican los poderes fuertes dentro de la Iglesia y la exclusión de los más marginados?

Sabemos que el Levítico y sus leyes están escritas “a partir de la perspectiva de Jerusalén (Templo y Palacio), en especial del templo reconstruido y del clero primariamente deportado a Babilonia y que pasa por un proceso de reforma de las obligaciones y el status en la reconstrucción de la vida nacional en el post-exilio”. Era el tiempo en el cual se veía necesario reconocer en Jerusalén y su Templo como el único centro de verdad y en la jerarquía la única mediación hacia Dios. Las autoridades religiosas y políticas sentían que era necesario reafirmar una verdad, una pureza de fe y de culto, una estructura religiosa jerárquica reconocida y obedecida.
Esta situación que hizo nacer el Levítico y su legislación me parece tanto antigua y también muy moderna y actual. La necesidad de reafirmar una sola verdad, recuperar una pureza de fe y de culto, fortalecer la autoridad  de la jerarquía hace parte del lenguaje actual de nuestra Iglesia. Conocemos el esfuerzo de los últimos dos papas para moverse en esta dirección: un “nuevo” catecismo, un nuevo derecho canónico, nuevas (o antiguas) reglas para el culto. Todo nace desde un centro, la Iglesia de Roma, hacia la periferia que son todas las Iglesias del mundo. Me parece que es una Iglesia que busca la uniformidad y no la unidad en la diversidad. El movimiento es siempre desde el centro hacia la periferia, y lo que nace en la periferia viene visto siempre con sospecha si no repite o si no confirma lo que el centro dice. Las teologías de América Latina o de África son vistas con sospecha solo porque nacen de una experiencia de vida diferente, desde la perspectiva de los excluidos. El movimiento de Jesús nació no desde el centro de la teología o de los intereses de poder de su tiempo, sino desde la periferia, desde el contacto con los oprimidos y excluidos. Su movimiento era una respuesta al centro y una propuesta para todos los marginados. En el momento en que la Iglesia conquista el centro del mundo (Roma) empieza a seguir la misma lógica de los poderosos. Las leyes de Jesús nacen desde la perspectiva de los excluidos, pero las leyes de las Iglesia actual ¿desde qué perspectiva nacen?
Hoy como ayer hay leyes que no son oportunidad de camino, sino una exclusión prejudicial para quien este camino no lo puede recorrer por la misma condición en la cual se encuentra. En este caso no tengo ningún problema a afirmar que, como siempre, el precio más alto lo pagan siempre los más pobres.
No se puede aceptar siempre la perspectiva de quien se encuentra en el centro y habita los palacios del poder, si ellos no escuchan y no hacen central la perspectiva de quien vive en la periferia del mundo, de la religión y de las leyes. No se puede aceptar la perspectiva eurocéntrica con su teología, su estructura jerárquica y sus leyes si no son camino de inclusión y oportunidad para los más excluidos. Tenemos que escuchar la teología que nace desde los niños hambrientos, desde las mujeres violadas, desde las familias divididas, desde los que no tienen trabajo, desde los que tienen baja autoestima y desde los encarcelados. Tenemos que escuchar y reconocer no solo su deseo de inclusión, sino también los caminos y las leyes con los cuales quieren lograr su inclusión.

Así generalmente quien se encuentra en la periferia del mundo considera la ley mandada por el centro como la regla y la manera de no obedecer como las necesarias excepciones. Pero yo digo que si son las excepciones que permiten los caminos de los mas excluidos, entones hay algo que no funciona en las reglas y en las leyes.

Personalmente invoco la desobediencia y la objeción de consciencia delante de todas las leyes que no sirven al hombre sino que piden al hombre de hacerse siervo de ellas.
El punto de partida que reconozco bueno es la experiencia gratuita de Dios que hace nacer caminos, y no al revés, donde los caminos nos  hacen encontrar a Dios. A Dios no hay que encontrarlo, es él que descubre al hombre, allí donde se halla y como se encuentra. La libertad de Dios se da en encontrar al hombre, la libertad del hombre en hacer caminos.

Hay leyes que son como la cortina del Templo y oraciones que son como su altar de los sacrificios: esconden a Dios. Nuestra función es de compartir y liberar caminos y no de obstaculizarlos.

Emanuele Munafó


1 No es mi intención con este escrito hacer un estudio Bíblico, sino más bien buscar aplicaciones de este estudios previos. Comparto mis reflexiones complementándolas con el artículo escrito por Nancy Cardoso Pereira: “Comida, sexo y salud: Leyendo el Levítico en América Latina”. Se puede encontrar el texto en www.clailatino.org/ribla/autores.html