Muchos de nosotros en repetidas
ocasiones, nos hemos preguntado:
¿Esta es la Iglesia en la que
Jesús pensaba? Claro que los siglos de historia que han acompañado la formación
de la Iglesia, marcaron profundamente su rostro, pero estoy convencido que en
algunos aspectos fundamentales del ser Iglesia nos ha alejado demasiado de las
intenciones expresadas en el evangelio y reconocibles en las actitudes de
Jesús.
Leyendo la Biblia me parece de
poder paragonar siempre más lo que era el Templo de Jerusalén con su estructura
jerárquica, organizativa, cultural, política, social e ideológica a lo que como
Iglesia estamos expresando sobre todo en estos últimos años.
Quiero recordar que Jesús habló
ampliamente contra el Templo y su estructura de poder, predicó contra su
influencia en la vida de la gente, y sobre su modalidad de haber encerrado Dios
en un lugar exclusivo y excluyente. No olvidemos que Dios se reveló como el
Dios en medio de su Pueblo (cfr. Ex 3, 12-15) que lo libera de lo que
esclaviza, que Dios no excluye a nadie porque ama a todos los pueblos (cfr. Ex
33, 3), que Dios está con quien llora y no con quien hace llorar (cfr. Ex 21,
17) y sobre todo que Dios no querría ningún Templo para sí mismo porque vivía
con el pueblo y en medio de ello (cfr. 2 Sam 4, 7ss).
Jesús habló en el Templo, pero
nunca a favor de este. Jesús no escogió al Templo, morada de Dios, como lugar
de encuentro con él, sino hizo otra propuesta de comunidad haciendo de esta el
lugar de inclusión de todos los excluidos, impuros, pecadores, despreciables y
pobres, sus verdaderos privilegiados.
Jesús predicó y escogió la casa y
no el Templo. Celebró sobre una mesa del compartir y no sobre un altar de los
sacrificios. Constituyó su comunidad como una familia y no como una jerarquía
sacerdotal. Esta era la comunidad, ensayo del reino, que Jesús anunciaba y
vivía. Por esto me pregunto ¿nosotros que hacemos reunidos en el Templo, alrededor
de un altar celebrando un sacrificio por los sacerdotes? Hemos recuperado el
lenguaje del Templo, pero también sus modalidades.
¿Seguros que lo que predicamos y anunciamos no es otra
vez nuestro querido y seguro Templo?
Sigue en mi vigente la seguridad
de que, hasta la fecha continuamos con una lógica excluyente hacia quien menos
pensamos digno de poderse acercar al lugar sagrado de la morada de Dios, para
poder compartir con él o para permitirle a Dios de compartirse con todos. Todavía
dividimos el mundo en puros e impuros, en quien respeta la ley y en quien no. No
nos preguntarnos sobre la verdadera calidad de esta ley, sino nos limitamos
farisaicamente a creerla ley de Dios. Tal vez no creemos verdaderamente que Dios
quiere misericordia y no sacrificio (cfr. Mt 9, 13).
Me encuentro totalmente de
acuerdo con quien dice que no tenemos ya más necesidad de templo y de altares sacrifícales
y que nos basta una casa y una mesa donde celebrar el único culto agradable a
este Dios: el amor entre los hermanos.
Entonces me pregunto ¿Cómo hacer
de nuestras comunidades y leyes excluyentes un lugar de verdadera inclusión igualitaria?
Sí, porque dentro la casa, a todos los hijos, a pesar de cómo se portan, se le
da un plato de comida para alimentar y compartir.
Creo que la inclusión no nazca
desde los aspectos más periféricos o exteriores sino desde el centro y lo más importante. No
es suficiente un saludo, una atención formal o un poco de disponibilidad para
hacer sentir que la persona está incluida en lo que se vive. A veces esta es la
manera para hacerla sentir todavía huésped y no hermana. Me parece que Jesús
enseñaba a dar el primer lugar a los que son más excluidos. Creo que nosotros
también para incluir tenemos que dar lo más importante y precioso de lo que
vivimos.
El centro de la inclusión de Jesús
se revela en entregarse a todos gratuitamente como signo de un amor que ninguna
ley puede limitar, si no la libre y consiente decisión de la persona.
Sí, me refiero al momento más
importante y central que es la entrega de Jesús a todos: la eucaristía. Hemos hecho
de la expresión más alta del donarse de Dios a todos, el lugar más protegido
por leyes y preceptos. Parece que la gratuidad de Dios se merece con el comportamiento
de una vida pura o con ritos de purificación (la confesión).
Personalmente me rehúso a negar
la comunión a cualquier persona que se acerque para quererla recibir, a
cualquier persona que quiere permitirle a Dios de compartirse con él amándolo.
La comunión es para todos, porqué
la responsabilidad que tenemos no es decir “tu sí y tu no”, sino ser presencia
de esta gratuidad mucho más grande de nuestras categorías humanas de amor
selectivo y exclusivo. El amor de Dios es totalitario e absolutamente inclusivo.
No podemos hacernos dueños de Dios y de su intención o proyecto, al máximo servirlo
fielmente.
La comunión es para todos, no
podemos poner ni el vínculo del pecado porque Jesús en su cruz ya venció al
pecado.
No puedo decir a una persona que
no es digna de recibir a Jesús. Jesús mismo decidió que todos somos ya dignos y
dignamente amados para poderlo recibir.
Personalmente rehúso y rechazo
esta forma de exclusión de privar a alguien de la comunión cuando está en
situación de conviviente o porque no se confesó.
El templo estaba cerrado por los
impuros y nosotros hacemos lo mismo repitiendo el esquema de pureza e impuridad
que Jesús borró. Cerramos otra vez Dios en un lugar alcanzable para pocos. No
pueden acercarse los que no respetan las leyes, requisito que parece
fundamental, y no la fe como decía San Pablo (cfr. Carta a los Romanos).
Percibo esta Iglesia demasiado
lejos de lo que me parece eran las intenciones de Jesús. En este sentido,
entiendo que no me pongo en línea con la enseñanza de la Iglesia y me rehúso de
observarla. Lo hago conscientemente y libremente.
Si queremos una Iglesia más
inclusiva creo que hay que ir al centro y al corazón de la intención de Jesús.
El amor de Dios no se lo puede negar a nadie, ni tampoco la forma con la que
Jesús decidió vivirlo: compartiéndose con todos, buenos y malos, puros e
impuros, santos y pecadores.
Emanuele Munafó
Querido P.Emanuele; muchas gracias por invitarme a leer su blog, me alegra saber que todavia en la iglesia hay personas que apuestan por vivir el reino tal como lo anunció Jesús, una iglesia para todos; una iglesia inclusiva, más cercana, más amiga y más hermana; que no excluya a nadie y que incluya a todos... como anecdota queria compartir que conocí a una humilde mujer que toda su viva desde que ella tenia uso de razón asistía a misa, deleitandose en cada palabra, cada canto, cada oracion, obediente a cada mensaje que los sacerdotes proclamaban los domingos,viviendo el evangelio desde su pobreza, sirviendo a los demas, llevando una vida muy dura, por ser huérfana de padre y madre e ignorante por no haber podido ir al colegio, nuncá asistió a una catequesis, no recuerda si fue bautizada, no realizó la primera comunión, tampoco confirmacion, está mujer cuando creció y se casó tuvo 8 hijos a los cuales crió con amor, forjando en ellos ese anhelo de acercarse a la eucaristia cada domingo, se deleitaba al ver a sus hijos y nietos recibir esa eucaristia que ella nunca recibió, y yo una vez cuando esta mujer ya tenia 68 años, la lleve a una capillita cerca a mi casa y consulté al padre si podia bautizarla y entregarle la primera comunión,...y no se lo nego,nos dijo: hagamos una fiesta porque esta mujer va recibir por primera vez la eucaristia, aquello que por mucho tiempo se le fue negado, que vengan todos sus hijos y nietos para que compartan este gozo...y así fué. Desde aquella vez la mujer vivia plenamente feliz por ser aceptada por la iglesia para recibir su primera comunión... cinco años más tarde aquella mujer falleció, pero rodeada del amor y cariño de todos sus hijos y nietos y con el corazon lleno de gozo por encontrarse con su señor Jesús, el único que en su vida jamás la abandonó.
ResponderEliminarA aquella mujer le debo mi vida, núnca se borrará en mi su amor y sus consejos, sus caricias,su sonrisa y su fé incondicional al Dios de la vida, nuestro creador, porque esa mujer es mi mamita, mi abuelita Elena,a quien todos sus hijos y nietos recordamos con amor.