lunes, 16 de julio de 2012

Iglesia hecha de oro y plata


Sus ídolos no son más que oro y plata, una obra de la mano del hombre. Tienen una boca pero no hablan, ojos, pero no ven, orejas, pero no oyen, nariz, pero no huelen. Tienen manos, mas no palpan, pies, pero no andan, ni un susurro sale de su garganta.
Salmo 115, 4-5

Tal vez para algunos puede parecer demasiado fuerte o irrespetuoso paragonar nuestra Iglesia Católica de hoy a uno de estos ídolos hechos de oro y plata. Son ídolos que teniendo boca no pueden hablar, ojos no pueden ver, orejas no pueden escuchar.
En cambio es insistente la sensación que esta Iglesia desde tiempo viene repitiendo lo de siempre, sin tener la capacidad de palabras nuevas y prometedoras, una Iglesia incapaz de escuchar y de reconocer la realidad que tiene adelante. Para mí, últimamente y a menudo, es muy fuerte la adoración idolátrica que la Iglesia tiene hacia sí misma, sin recordarse que ella también es “una obra de mano de hombres”, y entonces que puede pasar que cierre su boca y que tape sus ojos y oídos. Una Iglesia que se considera posesora de la única verdad, creyendo además de tener la tarea de defenderla, asume la actitud de un ídolo de oro y plata, obra de la mano del hombre que no habla, no escucha y no ve si no así misma. Sabemos bien que la verdad no se posee, a lo mejor se busca o se sirve. Esto conlleva escucha, dialogo y discernimiento, espacios para compartir los caminos y para reconocer las diferencias. Este proceso necesita de boca para dialogar, de oídos para acoger, de ojos para reconocer y amar. Una Iglesia que piensa de hablar desde la perspectiva de la única verdad no necesita relaciones para dar pasos nuevos, sino solo personas que escuchen las palabras de siempre y aprendan a obedecer y cumplir.
Por eso me pregunto ¿Por qué a veces actuamos como dueños de la verdad?
Tengo la sensación de estar delante de una Iglesia que no tiene nada más que decirnos, que no sabe escucharnos y que no cambia su mirada superba y juzgadora en una humilde y acogedora.

Tiene boca pero no habla
Últimamente no es raro encontrarse con una Iglesia con la boca cerrada que perdió su capacidad de hablar al mundo de hoy, que se limita a repetir las palabras de siempre. Una Iglesia que simplemente confirma sus verdades sin buscar en la Palabra luces de caminos nuevos. Es una Iglesia que exalta la importancia de la Palabra de Dios y que al mismo tiempo se fastidia cuando la Palabra misma la cuestiona. Esta Iglesia utiliza su palabra para tapar la boca de quien habla de derechos humanos o de ecología, de quien se esfuerza de desarrollar reflexiones como las de la teología de la liberación o feminista. Es una Iglesia que prefiere hablar de sacramentos y no de problemas sociales o políticos como el narcotráfico, la corrupción, la discriminación de género o hacia quien expresa una opción sexual diferente de la heterosexual. Esta Iglesia reduce su predicación a un simple discurso moral, y por la mayoría de moral sexual.
La palabra de Jesús da esperanza y muestra luces, en cambio su palabra no abre caminos, sino encierra a todos en un único camino posible, que es lo que solo ella ve.

Tiene ojos pero no ve
Es una Iglesia que no se da cuenta que la realidad que tiene adelante ha cambiado. Extraña los tiempos en los cuales “todos” eran católicos, y habla como si todavía todos lo fuesen, eran los tiempos en los cuales su palabra era considerada palabra divina. Es una Iglesia que tiene una mirada de desprecio hacia el mundo considerándolo malo, equivocado o pecador1. Es una mirada soberbia y muy superficial de quien piensa de tener el derecho de juzgar realidades que la mayoría de las veces tampoco vive. Es una Iglesia que se hace maestra del mundo habiendo renunciado de hacerse simplemente compañera de viaje del hombre viviendo ella también en este mundo. Es una Iglesia que se mira a si misma considerándose como un mundo aparte dentro de este mundo, un estado dentro de los estados, y que vive por encima de estos.
Sus ojos no están para acoger y amar a la realidad diferente de sí misma, no tiene siempre la capacidad de reconocer los tiempos nuevos que estamos viviendo con sus cambios y profecías.
Es una Iglesia que teniendo ojos no logra a mirar y reconocer a la realidad que tiene adelante porque ya tiene un juicio, o prejuicio, de condena o negativo. Mira a la realidad de arriba hacia abajo y al pobre con conmiseración y no misericordia. El pobre es visto objeto de caridad y no oportunidad de conversión para la Iglesia misma.
La mirada de Jesús se posaba sobre el hombre para amarlo y acogerlo, en cambio esta es  una Iglesia que vive la opción preferencial para los pobres y no por los pobres, porqué su grito hace rato no lo escucha.

Tiene oídos pero no oye
Es una iglesia que teniendo oídos hay cosas que no puede escuchar. No puede escuchar lo que la incomoda o que no la confirma en lo que ya es. No puede escuchar a quien cuestiona su teología, sus leyes, su moral, doctrina o magisterio. No puede escuchar estas críticas a pesar de que lleguen desde la vida del mismo pueblo que debería servir. El grito del pueblo lo percibe como fastidioso o ignorante, en el sentido de que no tiene nunca la preparación o la inteligencia para poderse expresar correctamente. Es el grito de los excluidos que se encuentran en esta situación porque no pueden pasar por las puertas estrechas de las leyes que anuncian exigencias olvidando la misericordia. Sus mismas vidas son una crítica a estas leyes que la Iglesia decide de no cuestionar, porque se reconoce más en sus leyes que en la práctica de la misericordia.
Dios escuchaba el grito de su pueblo para darle una respuesta, también cuando este grito cuestionaba el mismo Dios. Esta Iglesia en cambio vive en una constante apología de sí misma y de su práctica.

Más allá de la idolatría
Personalmente no considero demasiado atrevido comparar nuestra Iglesia con los ídolos del salmo donde oro y plata alumbran y ofuscan, atraen y confunden. Es esta la imagen de Iglesia que últimamente encontramos. Una Iglesia estática como un pantano y no prometedora como el movimiento dinámico de un río. En esta Iglesia parece que cada práctica o palabra, que crea un poco de movimiento inesperado, moleste el sueño del pantano. En esta Iglesia-pantano, enamorada de sí misma, parece que la tradición se considera como repetición y no como entrega de sí misma a la libertad del hombre de hoy. Es una Iglesia que desconfía de la libertad del hombre de hoy porque no reconoce su madurez y su camino. Es una Iglesia que no escucha lo que se dice o que se grita, sino simplemente se fija en la modalidad de expresarse. Es una Iglesia acostumbrada a que las cosas no se deben cambiar sino confirmar. Es la misma dinámica de fe que esta Iglesia nos invita a vivir: una fe de la obediencia y de la sumisión que no quiere dar pasos o abrir a caminos nuevos. Es una Iglesia vieja como un pantano donde todo tiene que quedarse igual a sí mismo, en la cual también las novedades son válidas si ya vividas en la antigua tradición.
No me sorprende todo esto pero sí me indigna como repetimos la dinámica de una Iglesia asustada de la profecía de la cual debería ser testigo, prefiriendo la seguridad de la estructura (sobre todo jerárquica), que la fuerza de relaciones de amor y de misericordia. Es una Iglesia que pone la ley por encima de la misericordia haciendo de la primera requisito para la segunda. El mandamiento del amor de Jesús lo considero válido no como ley entre las leyes, sino como práctica primordial de Dios con la humanidad.  Jesús nos revela no lo que tenemos que vivir, sino lo que él estaba ya viviendo en la práctica. El mandamiento del amor no es síntesis de las leyes antiguas, sino es práctica siempre nueva de poner como principio de todo el amor que también si no es amado logra a perdonar (Dante Aligheri), entonces a amar. Considero esta práctica divina principio de cada camino. Leyes o estructuras que de una forma u otra borran o esconden esta práctica del amor incluyente, creo que pierdan su valor y no tienen que ser respetadas.
No me asusta declarar que en esta Iglesia de plata y oro mantenemos prácticas idolátrica que están haciendo de nuestro Dios un Dios callado con ojos u oídos tapados.

A la Iglesia, y a cada uno de nosotros, le pedimos el mismo coraje de saber hoy escuchar la voz de quien se siente excluido, de no juzgar la forma de gritar, sino de escuchar el contenido del grito.
¿Será nuestra Iglesia todavía capaz de la humildad de quien sirve de despojarse de la soberbia de quien manda?
Esta duda atroz me devora. Con este blog estoy haciendo experiencia del silencio del ídolo que no tiene boca para hablar u oídos para escuchar. Reconozco el miedo en el silencio de quien espera que toda palabra muera de su cansancio y también el miedo de la palabra de quien quiere limitar esta forma de expresarse pensando inoportuno el grito o pidiendo que este se encierre en un hablar intraeclesial.
No hay muchas alternativas delante de un pantano si quieres que retome vida. O lo abandonas a sí mismo, o con la práctica empiezas a abrir caminos rompiendo los bordes que lo limitan para que el agua empiece otra vez a fluir.
Considero buena la práctica de quien según conciencia desobedece a las leyes y a los preceptos que tienen índices de exclusión. Son barreras que se rompen y hacen fluir agua para que esta vuelva a donar vida.

Personalmente comparto algunas reflexiones que para mí ya son tentativos de prácticas concretas:
1.      Todos los que desean hacer experiencia del don gratuito del amor de Dios no pongan límites ni barreras en su camino (hablé de esto en el escrito “Iglesia cerrada ¿La comunión a quién?”. http://emanuelemunafo.blogspot.com/2012/06/iglesia-cerrada-la-eucaristia-quien.html).
2.      Necesitamos reconsiderar la relación entre pecado y gracia, confesión y comunión. Hablaré de esto para rescatar que la primera no es condición para la segunda, más bien que la comunión es oportunidad para la segunda.
3.      Necesitamos reconsiderar el tema de la economía dentro de la Iglesia, demasiado rica y poderosa para estar concretamente de la parte del pobre.

No creo que sea inútil hablar y decir las cosas que se piensan, sino no estaría escribiendo, pero delante de un ídolo de oro y plata, de una Iglesia-pantano, creo sea más útil la palabra que se hace practica, y una práctica que no se esconde en el silencio, sino que se hace nuevamente palabra.


Emanuele Munafó



1 Citando al Padre Hugo De Censis: «¡El mundo es una mierda!» (Catedral de Pucallpa, predicando en una ordenación diaconal el 30 de junio 2012).

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