Sus
ídolos no son más que oro y plata, una obra de la mano del hombre. Tienen una
boca pero no hablan, ojos, pero no ven, orejas, pero no oyen, nariz, pero no
huelen. Tienen manos, mas no palpan, pies, pero no andan, ni un susurro sale de
su garganta.
Salmo 115, 4-5
Tal vez para algunos puede
parecer demasiado fuerte o irrespetuoso paragonar nuestra Iglesia Católica de
hoy a uno de estos ídolos hechos de oro y plata. Son ídolos que teniendo boca
no pueden hablar, ojos no pueden ver, orejas no pueden escuchar.
En cambio es insistente la
sensación que esta Iglesia desde tiempo viene repitiendo lo de siempre, sin
tener la capacidad de palabras nuevas y prometedoras, una Iglesia incapaz de
escuchar y de reconocer la realidad que tiene adelante. Para mí, últimamente y a
menudo, es muy fuerte la adoración idolátrica que la Iglesia tiene hacia sí
misma, sin recordarse que ella también es “una obra de mano de hombres”, y
entonces que puede pasar que cierre su boca y que tape sus ojos y oídos. Una
Iglesia que se considera posesora de la única verdad, creyendo además de tener
la tarea de defenderla, asume la actitud de un ídolo de oro y plata, obra de la
mano del hombre que no habla, no escucha y no ve si no así misma. Sabemos bien
que la verdad no se posee, a lo mejor se busca o se sirve. Esto conlleva
escucha, dialogo y discernimiento, espacios para compartir los caminos y para
reconocer las diferencias. Este proceso necesita de boca para dialogar, de oídos
para acoger, de ojos para reconocer y amar. Una Iglesia que piensa de hablar
desde la perspectiva de la única verdad no necesita relaciones para dar pasos
nuevos, sino solo personas que escuchen las palabras de siempre y aprendan a
obedecer y cumplir.
Por eso me pregunto ¿Por qué a
veces actuamos como dueños de la verdad?
Tengo la sensación de estar
delante de una Iglesia que no tiene nada más que decirnos, que no sabe
escucharnos y que no cambia su mirada superba y juzgadora en una humilde y
acogedora.
Tiene boca pero no habla
Últimamente no es raro
encontrarse con una Iglesia con la boca cerrada que perdió su capacidad de
hablar al mundo de hoy, que se limita a repetir las palabras de siempre. Una
Iglesia que simplemente confirma sus verdades sin buscar en la Palabra luces de
caminos nuevos. Es una Iglesia que exalta la importancia de la Palabra de Dios
y que al mismo tiempo se fastidia cuando la Palabra misma la cuestiona. Esta
Iglesia utiliza su palabra para tapar la boca de quien habla de derechos
humanos o de ecología, de quien se esfuerza de desarrollar reflexiones como las
de la teología de la liberación o feminista. Es una Iglesia que prefiere hablar
de sacramentos y no de problemas sociales o políticos como el narcotráfico, la
corrupción, la discriminación de género o hacia quien expresa una opción sexual
diferente de la heterosexual. Esta Iglesia reduce su predicación a un simple
discurso moral, y por la mayoría de moral sexual.
La palabra de Jesús da esperanza
y muestra luces, en cambio su palabra no abre caminos, sino encierra a todos en
un único camino posible, que es lo que solo ella ve.
Tiene ojos pero no ve
Es una Iglesia que no se da
cuenta que la realidad que tiene adelante ha cambiado. Extraña los tiempos en los
cuales “todos” eran católicos, y habla como si todavía todos lo fuesen, eran
los tiempos en los cuales su palabra era considerada palabra divina. Es una
Iglesia que tiene una mirada de desprecio hacia el mundo considerándolo malo,
equivocado o pecador1. Es una mirada soberbia y muy superficial de quien
piensa de tener el derecho de juzgar realidades que la mayoría de las veces tampoco
vive. Es una Iglesia que se hace maestra del mundo habiendo renunciado de
hacerse simplemente compañera de viaje del hombre viviendo ella también en este
mundo. Es una Iglesia que se mira a si misma considerándose como un mundo aparte
dentro de este mundo, un estado dentro de los estados, y que vive por encima de
estos.
Sus ojos no están para acoger y
amar a la realidad diferente de sí misma, no tiene siempre la capacidad de reconocer
los tiempos nuevos que estamos viviendo con sus cambios y profecías.
Es una Iglesia que teniendo ojos
no logra a mirar y reconocer a la realidad que tiene adelante porque ya tiene
un juicio, o prejuicio, de condena o negativo. Mira a la realidad de arriba
hacia abajo y al pobre con conmiseración y no misericordia. El pobre es visto objeto
de caridad y no oportunidad de conversión para la Iglesia misma.
La mirada de Jesús se posaba
sobre el hombre para amarlo y acogerlo, en cambio esta es una Iglesia que vive la opción preferencial
para los pobres y no por los pobres, porqué su grito hace rato no lo escucha.
Tiene oídos pero no oye
Es una iglesia que teniendo oídos
hay cosas que no puede escuchar. No puede escuchar lo que la incomoda o que no la
confirma en lo que ya es. No puede escuchar a quien cuestiona su teología, sus
leyes, su moral, doctrina o magisterio. No puede escuchar estas críticas a
pesar de que lleguen desde la vida del mismo pueblo que debería servir. El
grito del pueblo lo percibe como fastidioso o ignorante, en el sentido de que
no tiene nunca la preparación o la inteligencia para poderse expresar
correctamente. Es el grito de los excluidos que se encuentran en esta situación
porque no pueden pasar por las puertas estrechas de las leyes que anuncian
exigencias olvidando la misericordia. Sus mismas vidas son una crítica a estas
leyes que la Iglesia decide de no cuestionar, porque se reconoce más en sus
leyes que en la práctica de la misericordia.
Dios escuchaba el grito de su
pueblo para darle una respuesta, también cuando este grito cuestionaba el mismo
Dios. Esta Iglesia en cambio vive en una constante apología de sí misma y de su
práctica.
Más allá de la idolatría
Personalmente no considero
demasiado atrevido comparar nuestra Iglesia con los ídolos del salmo donde oro
y plata alumbran y ofuscan, atraen y confunden. Es esta la imagen de Iglesia
que últimamente encontramos. Una Iglesia estática como un pantano y no prometedora
como el movimiento dinámico de un río. En esta Iglesia parece que cada práctica
o palabra, que crea un poco de movimiento inesperado, moleste el sueño del
pantano. En esta Iglesia-pantano, enamorada de sí misma, parece que la
tradición se considera como repetición y no como entrega de sí misma a la libertad
del hombre de hoy. Es una Iglesia que desconfía de la libertad del hombre de
hoy porque no reconoce su madurez y su camino. Es una Iglesia que no escucha lo
que se dice o que se grita, sino simplemente se fija en la modalidad de
expresarse. Es una Iglesia acostumbrada a que las cosas no se deben cambiar
sino confirmar. Es la misma dinámica de fe que esta Iglesia nos invita a vivir:
una fe de la obediencia y de la sumisión que no quiere dar pasos o abrir a
caminos nuevos. Es una Iglesia vieja como un pantano donde todo tiene que
quedarse igual a sí mismo, en la cual también las novedades son válidas si ya vividas
en la antigua tradición.
No me sorprende todo esto pero sí
me indigna como repetimos la dinámica de una Iglesia asustada de la profecía de
la cual debería ser testigo, prefiriendo la seguridad de la estructura (sobre
todo jerárquica), que la fuerza de relaciones de amor y de misericordia. Es una
Iglesia que pone la ley por encima de la misericordia haciendo de la primera
requisito para la segunda. El mandamiento del amor de Jesús lo considero válido
no como ley entre las leyes, sino como práctica primordial de Dios con la
humanidad. Jesús nos revela no lo que
tenemos que vivir, sino lo que él estaba ya viviendo en la práctica. El
mandamiento del amor no es síntesis de las leyes antiguas, sino es práctica siempre
nueva de poner como principio de todo el amor que también si no es amado logra
a perdonar (Dante Aligheri), entonces a amar. Considero esta práctica divina
principio de cada camino. Leyes o estructuras que de una forma u otra borran o
esconden esta práctica del amor incluyente, creo que pierdan su valor y no
tienen que ser respetadas.
No me asusta declarar que en esta
Iglesia de plata y oro mantenemos prácticas idolátrica que están haciendo de
nuestro Dios un Dios callado con ojos u oídos tapados.
A la Iglesia, y a cada uno de
nosotros, le pedimos el mismo coraje de saber hoy escuchar la voz de quien se
siente excluido, de no juzgar la forma de gritar, sino de escuchar el contenido
del grito.
¿Será nuestra Iglesia todavía
capaz de la humildad de quien sirve de despojarse de la soberbia de quien
manda?
Esta duda atroz me devora. Con
este blog estoy haciendo experiencia del silencio del ídolo que no tiene boca
para hablar u oídos para escuchar. Reconozco el miedo en el silencio de quien
espera que toda palabra muera de su cansancio y también el miedo de la palabra
de quien quiere limitar esta forma de expresarse pensando inoportuno el grito o
pidiendo que este se encierre en un hablar intraeclesial.
No hay
muchas alternativas delante de un pantano si quieres que retome vida. O lo
abandonas a sí mismo, o con la práctica empiezas a abrir caminos rompiendo los bordes
que lo limitan para que el agua empiece otra vez a fluir.
Considero buena la práctica de
quien según conciencia desobedece a las leyes y a los preceptos que tienen
índices de exclusión. Son barreras que se rompen y hacen fluir agua para que esta
vuelva a donar vida.
Personalmente comparto algunas
reflexiones que para mí ya son tentativos de prácticas concretas:
1. Todos
los que desean hacer experiencia del don gratuito del amor de Dios no pongan
límites ni barreras en su camino (hablé de esto en el escrito “Iglesia cerrada ¿La comunión a quién?”. http://emanuelemunafo.blogspot.com/2012/06/iglesia-cerrada-la-eucaristia-quien.html).
2. Necesitamos
reconsiderar la relación entre pecado y gracia, confesión y comunión. Hablaré
de esto para rescatar que la primera no es condición para la segunda, más bien
que la comunión es oportunidad para la segunda.
3. Necesitamos
reconsiderar el tema de la economía dentro de la Iglesia, demasiado rica y
poderosa para estar concretamente de la parte del pobre.
No creo que sea inútil hablar y
decir las cosas que se piensan, sino no estaría escribiendo, pero delante de un
ídolo de oro y plata, de una Iglesia-pantano, creo sea más útil la palabra que
se hace practica, y una práctica que no se esconde en el silencio, sino que se
hace nuevamente palabra.
Emanuele Munafó
1 Citando al Padre Hugo De
Censis: «¡El mundo es una mierda!» (Catedral de Pucallpa, predicando en una
ordenación diaconal el 30 de junio 2012).
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