martes, 21 de agosto de 2012

Comer y beber nuestra propia condenación

Oswaldo Guayasamin - La edad de la esperanza
Hace unos días apareció en el blog un escrito de un amigo anónimo comentando el texto “Comunión y confesión ¿caminos de inclusión? recordaba una enseñanza clásica de la doctrina. El comentario dice: “Siempre nos han dicho que recibir la comunión en pecado mortal es una ofensa a Dios, basándose en lo que San Pablo nos dice en la carta a los Corintios (1Cor 11, 27-28)”. Agradeciendo al amigo anónimo por su comentario quisiera retomar el tema para compartir una aclaración a nivel de método y de contenido.

Método
Por lo que se refiere el método lastimosamente es algo frecuente citar frases de la Biblia para dar fuerza o autoridad a algo, o a alguien, dando un sentido a la Palabra que no coincide con lo que la misma Palabra de Dios expresa. Era una práctica habitual en la doctrina clásica, pero últimamente veo que estamos volviendo a lo de antes. Anteriormente la Palabra de Dios, tanto en la predicación cuanto en las reflexiones teológica, se utilizaba no como fuente real de revelación, sino como algo que tenía que confirmar lo ya pensado y darle autoridad. Últimamente me parece que estamos volviendo a esta práctica revelando una debilidad interna de la Iglesia, una debilidad típica de las formas autoritarias. La autoridad para regirse necesita siempre una investidura desde arriba y para justificarse se apoya a una autoridad más grande, fuerte o reconocida. Es la misma modalidad que reconocemos en la historia de Israel en el momento en que la monarquía necesita aumentar su autoridad. Es lo mismo que pasó cuando se construyeron los templos al tiempo de Salomón y al tiempo de Esdras y Nehemías. No hay nada mejor que decir “lo quiere Dios” o “es su voluntad” para hacer lo que queremos e imponer nuestra voluntad, ideas o proyectos. Pude escuchar con mis oídos decir al obispo de Huacho que el embellecimiento de su catedral era voluntad de Dios. Pero lo mismo pasa cuando un obispo da fuerza a su ministerio basándolo sobre la sucesión apostólica y no sobre el mandato que recibió de servir, dando a pensar erróneamente que la sucesión apostólica es una práctica más cercana al nepotismo que a la línea de continuidad del mandamiento de Jesús de lavarse los pies los unos con los otros (Jn 13, 13), dando fuerza al verdadero sentido de la presencia de la autoridad que es la de servir participando así de la comunión con Cristo y con la comunidad.

El error de método en cual caemos, y en este sentido me incluyo también porque fui educado por esta Iglesia, es lo de utilizar frases del evangelio extrapolándolas de su contexto, para dar fuerza y autoridad a nuestros pensamientos o actitudes. En este sentido me parece que esto pasa con la doctrina del pecado mortal en referencia al texto de 1 Cor 11, 27-28, que no tiene absolutamente nada que ver con esta doctrina.

Contenido
El texto de la carta a los Corintios de San Pablo (1 Cor 11, 27-29) viene de frecuente utilizado para expresar la peligrosidad de recibir la comunión si no estamos en un estado de gracia. En realidad la afirmación de Pablo no tiene nada que ver con la doctrina del pecado mortal expresada por la Iglesia, doctrina que necesitaría ser profundizada más en el campo de la reflexión teológica y antropológica. En este sentido la Palabra puede alumbrar la teología y la antropología dándole nuevas luces. En este momento no tocaré el tema del pecado mortal, sino más bien quiero considerar la afirmación de Pablo dirigida a la comunidad de Corintios.

En el momento en que leemos la frase de Pablo “El que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación por no reconocer el cuerpo” (v. 29), necesariamente tenemos que entender el contexto y el pretexto de la afirmación del mismo Pablo.
El contexto y el pretexto de la frase es lo de la comunidad y de su manera de estructurarse. Pablo acababa de denunciar una práctica excluyente dentro de la comunidad misma hacia las mujeres con su papel de liderazgo. Pablo soluciona el asunto en manera muy decidida afirmando que la mujer tiene su dignidad de presencia y de liderazgo dentro de la comunidad en fuerza de su misma existencia creada y querida por Dios (v. 15: “la mujer se siente orgullosa de su cabellera”). El cabello largo de la mujer ya es el velo (v. 15) que los hombres quisieran ponerle como signo de sumisión. El hombre quisiera callar a la mujer, pero Pablo recuerda que Dios la creó desde siempre con su dignidad y libertad. El problema que Pablo enfrenta es un problema de exclusión y división dentro de la comunidad. Delante del riesgo o sospecha de exclusión o división Pablo se pone siempre muy fuerte (suficiente recordar la actitud que tuvo delante de Pedro en el llamarle la atención, Gl 2, 11ss) tanto que concluye esta parte afirmando: “De todas maneras, si alguien desea discutir, sepa que ésa no es nuestra costumbre, ni tampoco lo es en las Iglesias de Dios” (v. 16).

Cuando Pablo pasa a escribir del tema de la comunión está enfrentando el mismo problema de las divisiones dentro de la comunidad: “cuando se reúnen como Iglesia, se notan divisiones entre ustedes” (v. 18). Son divisiones que hacen de la comunidad un lugar de alianzas para el poder (v. 19-20) y de divisiones entre ricos y pobres (v. 21-22). Una comunidad dividida, donde lo que vale es el poder de quien tiene más autoridad o el poder de quien tiene más posibilidades económicas, es un insulto al cuerpo de Cristo. Hay que recordar que cuando Pablo habla del cuerpo de Cristo no está hablando simplemente del sacramento de la eucaristía, sino más bien de la presencia sacramental de Cristo como Iglesia en el sentido de asamblea-comunidad. El asunto de la división del cuerpo de Cristo que es la Iglesia es tan importante para Pablo que decide de recordar la institución misma de la Iglesia como comunión, como el compartirse de Jesús a la humanidad. Quien no acepta la lógica buena de la comunidad que construye comunión, para Pablo presencia sacramental de Cristo, inmediatamente se autoexcluye de su lógica y entonces “come y bebe su propia condenación” (v. 29). Pablo lo afirma en manera clara en el momento en que dice que la razón de la condenación es el “no reconocer el cuerpo” (v. 29), donde el cuerpo es el cuerpo de Cristo que es la comunidad-asamblea (Iglesia). Está comiendo su condenación quien utiliza la lógica de poder para hacer partidos dentro de la comunidad y quien divide la comunidad discriminando a los pobres. Lastimosamente son dos temas que todavía tocan radicalmente a nuestra Iglesia cuando se divide en facciones para el control del poder (el Vaticano últimamente nos ha dado un ejemplo concreto) y cuando dividimos la Iglesia en base a la posibilidad económica (en este sentido tendríamos que ver cuan difícil es organizar una igualdad de las riquezas entre las parroquias de una diócesis o ver cuántas comunidades se estructuran alrededor de un real compartir).

Finalmente considero inapropiado asociar el sentido del pecado mortal, clásicamente explicado por la doctrina católica, con este texto de Pablo. Más bien me parece que este texto reaviva el sentido verdadero de la comunión como acogida de la lógica inclusiva de Jesús, que acoge a todos en la comunión empezando por los pecadores, que son en este caso los que viven de su poder autoritario o económico y que dividen a las comunidades. Entre estos últimos claramente no podemos considerar por ejemplo a los convivientes o a quien tiene una práctica sexual no conforme a la doctrina. Si hablamos de poder político o económico que son utilizados para construir privilegios y exclusiones en lugar de edificar una comunidad (o sociedad) inclusiva e igualitaria ¿a quién podríamos referirnos a fuera o dentro de la Iglesia?

Vuelvo a remarcarlo, estoy convencido que la relación entre comunión y confesión va pensada nuevamente porque como está ahora en la práctica de nuestra Iglesia no expresa la verdad ni del sentido de la comunión cuanto del sentido de la reconciliación.


Emanuele Munafó

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